domingo, 13 de enero de 2013

MUERE BAZAN FRIAS

Un 13 de enero de 1923 moria Bazan Frias
Se llamaba Andrés Bazán Frías, (a) “El Manco” –en sus tiempos de delincuente-, (a) “El Gaucho” –en su sobrevida como uno de los tantos santos milagreros populares de Tucumán y de cualquier otro lugar del mundo-.
La Policía lo buscaba con ahínco y sabía que se reunía con otros maleantes en una suerte de pulpería de las inmediaciones de avenida Colón y Mate de Luna. Era cierto. Allí, cuando aparecía, Bazán Frías buscaba reclutar “hombres de coraje –decía-, que me ayuden a concretar mi sueño: asaltar la penitenciaría (cárcel) y darle la libertad a todos mis amigos”. Pensamiento clave, éste, para entender que Bazán Frías tenía grabado en su cabeza el anarquismo.
El caluroso 13 de enero de 1923, una comisión policial encontró una casucha, cerca de lo que hoy es Güemes y San Lorenzo. Era un aguantadero, donde había varios maleantes a los que la partida policial sorprendió y arrestó. Uno logró eludir a la ley: era Bazán Frías, a la sazón el enemigo público número 1. Tiro va, tiro viene, perseguido y perseguidores llegaron al parque Avellaneda. Los gruesos y frondosos árboles sirvieron de escudo a los contendientes.
Lo mató la Policía sobre la tapia Norte del cementerio del Oeste.
Esa noche fue velado por su padre, el policía Félix Bazán, en el propio cementerio del Oeste, pero al otro día lo enterraron en el cementerio del Norte, el campo santo de los pobres. Allí su tumba sigue aún, aunque con menos adhesiones, recibiendo el tributo de los favorecidos por sus “milagros” y el pedido de aquellos que buscan su ayuda. En los bolsillos de su saco negro, de gabardina, se encontraron un crucifijo, un escapulario y una medallita de plata, con una imagen borrosa que habría sido de la Virgen del Valle. También una copia de la Orden del Día policial donde se ordenaba su captura.
Dijeron las rezadoras y lloronas –en esos tiempos las había-, que Bazán Frías no se arrojó al interior del cementerio y ese lapsus de duda permitió la llegada de la Policía y su consiguiente muerte, porque al mirar hacia donde debía saltar se encontró con los fantasmas de sus víctimas, en especial el espectro del sargento de policía José Figueroa al que había ultimado, dicen que alevosamente, con cuatro certeros disparos de su inseparable revólver.
Tras su muerte llego su inmediata entronización como “santo” capaz de hacer volver amores perdidos, acertar a la quiniela, aprobar un examen, curar culebrillas, disfunciones sexuales, el mal de ojo o un “gualicho”. Su fama fue desvaneciéndose con el paso del tiempo, tanto en lo delictual como en lo milagrero. Bazán Frías sigue siendo un nombre conocido, pero sin certezas y, mucho menos, interés entre la gente.
Vale la pena pues refrescar la memoria de los mayores y contar a los menores sobre el delincuente-santo, un estereotipo de los bandidos de comienzos del siglo pasado que “no robaban para sí, sino para ayudar a los pobres”.

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